Entrevista en Télam a Alberto Montero, autor de Los incapaces. Por Juan Rapacioli
Foto: Luciana Granovsky/ Télam |
Los incapaces, primera novela de Alberto Montero, se sumerge en una narración infatigable, sin un solo punto a lo largo de casi cuatrocientas páginas, sobre el fracaso, el encierro, la paranoia y la obsesión por la escritura que abarca todos los aspectos de una vida siempre al borde del estallido.
Publicada por la editorial Entropía, escrita en poco más de
dos meses y corregida a lo largo de un año, la narración presenta al
prestigioso analista T. Monroe (anagrama del apellido del autor), un solitario
personaje que, desde el encierro más extremo, intenta escribir, en un largo
aliento, una obra total, absoluta, definitiva, que lo libere del fracaso
arrastrado por años.
La respiración literaria de autores como Joyce, Faulkner,
Beckett, Eliot y sobre todo Bernhard atraviesa a este narrador desesperado por
terminar una obra que, después de muchos intentos, le dé sentido a su vida a
través de sus "maneras bernhardianas de hacerse a la palabra
escrita". Ambientada en Clayburg y Kellner -ciudades ficticias pero
reconocibles-, la novela de Montero se adentra con una intensidad arrasadora en
la cabeza de un personaje que no deja ningún tema de lado: la muerte del padre,
la desintegración familiar, la dificultad de las relaciones amorosas y, ante
todo, la obsesión irrefrenable por la escritura. Montero (Temperley, Buenos Aires, 1954) habló con Télam
sobre "Los incapaces".
- Télam: ¿Cómo nació esta novela?
- Montero: Me lancé a escribir pensando en la casa que el
personaje construye y, después, todo fue saliendo a partir de asociaciones.
Cada asociación la anotaba abajo de lo que venía escribiendo y la intentaba
ligar. Luego el trabajo de corrección fue como una lubricación de la partes.
- T: ¿Cuál es tu relación con la literatura?
- M: Una de las maneras de soportar las vicisitudes de mi
familia de origen fue la literatura. Tengo la imagen de estar en el gallinero
de mi casa natal, sentado cerca de un sauce, sobre unos papeles de diario,
leyendo para salir de todo lo que pasaba en la casa. Siempre escribí cosas,
nunca les di demasiada importancia, algunas quedaron en el camino. Cuando
compré la primera computadora, los textos quedaron más registrados; ahí la cosa
fue formalizándose un poco y empezaron a salir novelas.
- T: ¿En qué momento decidiste publicar?
- M: Creo que esta novela se publica porque no estuvo
pensada. Todo lo que escribí antes estuvo meditado, elaborado, con cierto
destino. Acá no. Me senté y me dije que quería escribir acerca de las
relaciones familiares en particular. Hay una cuestión física, sobre todo cuando
empiezo a divisar al personaje: se produce una suerte de lejanía de mi persona
y una afirmación. Es algo muy liberador.
- T: Desde su encierro, el personaje está siempre al borde
de la explosión…
- M: El encierro tiene que ver con mi forma de escribir. Por
más que viajo y salgo, cuando escribo estoy encerrado en un cuarto
insonorizado. A medida que avanzaba con esta novela, se me iba diseñando cada
vez mejor el personaje. Tenía que estar siempre al borde del estallido. Lo que
no lo hace explotar es, justamente, la escritura.
- T: ¿Se puede pensar que la novela tiene relación con tu
historia personal?
- M: Mi experiencia personal tiene relación con el personaje
en la medida de que lo que me sirve como autor para poder escribir es la
exageración, la repetición, ese modo circular de retomar las frases y, sobre
todo, el tema de la frustración, el fracaso de los vínculos familiares, la
búsqueda de un reconocimiento primario.
- T: Por el devastador recuerdo que el personaje tiene de su
padre, la novela dialoga, de alguna manera, con Kafka…
- M: Puede ser, en cuanto a ese conflicto imposible de
resolver. Pero creo que hay un diferencia, con todo el respeto del mundo.
Siempre me dio la impresión de que el padre de Kafka tenía una personalidad muy
rígida y opresiva, mientras que el padre de este personaje es del orden de lo
perverso y lo psicopático.
- T: El tema del fracaso como motor para hacer algo mejor
recuerda a Beckett y su frase: "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra
vez. Fracasa mejor".
- M: Totalmente, sobre todo por ese horizonte nihilista: la
idea de que nada va a llegar al final. Ni siquiera esta novela llega al final.
Ya tengo escrita la continuación, referida a los vínculos femeninos. Me
propuse, después de ese libro, dejar en paz, por un tiempo, a T. Monroe.
- T: ¿Cómo encarás el trabajo de escritura?
- M: Me levanto muy temprano en la mañana, preparo mi mate,
leo los diarios e inmediatamente me pongo a escribir. La asociación es muy
importante. Para esta novela fue fundamental, ya que me permitió cierta
expansión y, a su vez, una restricción de las cosas que se iban repitiendo.
- T: Hay una relación entre la casa que el personaje
construye y la novela que no puede dejar de escribir…
- M: La sensación es que hay una doble pérdida: construye
ese caserón inmenso que termina por ser un mausoleo y, después, se da cuenta de
que no le pertenece, que no lo puede habitar, por eso se encierra en un
cuartucho. Con la novela pasa algo parecido: el personaje se termina dando
cuenta que no puede hacer nada con ella.
- T: ¿La obsesión que T. Monroe tiene con Bernhard es tu
propia obsesión?
- M: La primera novela que leí de Bernhard fue
"Maestros antiguos". Al principio tuve cierta reticencia a meterme en
la lectura, pero cuando la volví a agarrar no pude parar de leer todo Bernhard.
Para esta novela fue habilitante: la recurrencia en la frase, la repetición
como una manera de sostener la idea hasta, quizás, darle algún acabamiento o,
en tal caso, un encabalgamiento con la próxima. Gonzalo Castro, mi editor,
decía que tuvo la imagen de un señor fratachando una pared: la imagen de volver
sobre lo hecho. Siento que Bernhard me empujó y por eso pude terminar la
novela. Tomé esa música.
- T: ¿Cuál es tu relación con la literatura argentina?
- N: Si bien no soy un gran lector de literatura
hispanoamericana, alguien como (Horacio) Quiroga, que fue mi primer gran
deslumbramiento literario, está presente. Un cuento como "Las moscas"
me impactó estructuralmente: en los primeros párrafos lo dice todo. Eso me
parece muy importante. Con Borges tuve un encantamiento en cierto momento, pero
después me fui alejando. Lo mismo me pasó con Cortázar. Onetti me fascinó pero
tampoco pude volver a su obra. Y todo lo que fue el 'boom latinoamericano' lo
leí con interés pero, otra vez, me fui yendo hacia otro lugar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario