Entrevista a Sergio Chejfec. Por Daniela Sánchez Russo para Revista Arcadia (Colombia)
Osado y atípico en su literatura, Sergio Chejfec es un autor
que curiosamente no pronunció palabra hasta que cumplió cinco años. Sus
primeros recuerdos –afirma– son imágenes mudas: sus hermanos mayores burlándose
de él (el niño raro) mientras comían en la mesa; su abuela judía intentando
comunicarse a través de gestos con las manos… Escenas silenciosas que
terminaron por ser decisivas, pues al parecer fue su silencio el que lo
convirtió en un observador de detalles que se reflejan en su escritura y en su
narrativa inusual.
Además de su encrucijada para hablar, Chejfec también fue un
escritor tardío. La primera vez que intentó escribir un relato tenía 30 años,
pero plena consciencia de las temáticas que le interesaba explorar: la
identidad como un lugar voluble; el relato que no está obsesionado con la
trama, con la idea de un inicio, un desarrollo y un final; y la ciudad como un
espacio que se ha venido homogenizando con el pasar de los siglos. Estas
temáticas convergen con sus narradores, cohabitan con ellos, y así es común que
sus protagonistas sean caminantes sin rumbo de las ciudades, errantes lúcidos,
reflexivos, hiperconscientes.
Por ejemplo, el narrador de la novela Mis dos mundos
(Alfaguara, 2008) camina por una ciudad del sur de Brasil hasta cansarse de sus
propios pensamientos:
“El vagabundeo se me ha convertido en una de esas adicciones
pasibles de ser tanto la ruina como la salvación. Contraje la costumbre en la
infancia, cuando por las secuelas de una enfermedad dejé de caminar. Me
sentaban en el umbral para ver pasar la gente y los autos. (…) Al cabo de un
año, un nuevo dictamen autorizó a que me pusiera de pie, y para mí fue
recuperar una disposición física gracias a la palabra, como si un dios me
delegara parte de su libertad”.
También camina el narrador de Los Planetas (Alfaguara, 1999)
por la periferia de Buenos Aires, cavilando, perdiéndose en su propio relato.
Un relato que tiene como origen el recuerdo de un amigo secuestrado durante la
dictadura militar argentina, y que en ningún momento se propone la linealidad.
Este quiebre con la cronología también tiene incidencia sobre la sintaxis del
texto, que, en algunos momentos, tiende a complejizarse. Como llega a suceder
en recursos literarios como el flujo de consciencia, Chejfec rompe las reglas
de la misma, dificultándole la tarea a un lector que queda a merced de la
consciencia única del narrador.
En este primer punto hay que detenerse, para poder tener un
entendimiento de este autor que es prolífico –tiene más de diez libros entre
novelas, relatos, ensayos y poesía–, pero desconocido en Colombia por la
industria editorial.
¿Por qué jugar con
algo tan establecido como las reglas de la sintaxis?
La sintaxis es el nivel más superficial de la escritura.
Disfruto hacer frases donde el narrador se pierde, donde hay que retomar el
sujeto, porque siento que allí es donde la escritura encuentra su límite
material y se abre pie para la experimentación. Mi momento de máximo placer en
la escritura se da cuando siento que un texto adquiere un tono único, y que
sobre ese tono puedo escribir cualquier cosa, porque el ritmo igualmente se
mantendría.
En sus libros los
narradores parecen vivir por sus reflexiones, haciendo que se dificulte el
avance de la trama. ¿Por qué esta resistencia a la construcción tradicional
de una historia?
Desde siempre me sentí más comprometido con la literatura
que no plantea una linealidad, que no es espejo de la realidad. La literatura
entendida como un esquema que tiene que tener ciertos pasos y obedecer ciertos
crescendos para revelar una verdad y ser conclusiva me parece formularia y
técnica. Me gusta leer y tratar de escribir una literatura que trate de hurgar
en los bordes, en las intermitencias, que proponga no un tiempo cronológico
sino uno psicológico, perceptivo, dictado por la memoria. Aquí podemos ubicar a
autores como Kafka o Tristam Shandi.
Siendo un escritor
argentino, ¿qué connacionales ha tenido de referentes?
Sin duda, Juan José Saer. Es un caso particular porque en
sus libros efectivamente se tienen ejemplos de cómo una narración puede avanzar
no en términos de intrigas y argumentos sino en torno a tópicos reiterativos, a
recurrencias que no son sino obsesiones del narrador, y que ayudan a establecer
una memoria de la lectura.
¿Alguna vez tuvo
miedo de que sus relatos, por ser poco convencionales, no fueran a ser
publicados?
No tuve miedo, pero sí problemas para publicar. Mi primera
novela, Lenta biografía, duró siete años en ser publicada, tiempo en el que
estuve sometido a esperas y humillaciones. Pero yo decidí seguir escribiendo,
sin cambiar mi escritura. Siempre concebí que la literatura propia tiene que
tener un punto de resistencia que implique dificultades para ser leída y para
que circule.
Sus personajes no
parecen estar definidos, o al menos no a través de los retratos psicológicos,
comunes en las novelas naturalistas o realistas. De hecho, la identidad fija es
un estado del que ellos huyen. Por ejemplo, en Modo linterna hay un personaje
que es invisible aunque imprescindible para el relato, mientras el narrador de
Los Planetas admite: “Imaginemos el agotamiento de alguien queriendo ser el
mismo todo el tiempo”…
Solo el hecho de preguntarse por la identidad crea
posibilidades literarias: es un tema lo suficientemente amplio, común pero
abstracto y polifacético, y que va acorde a mi forma de escribir. Una forma de
escribir vinculada a la peripecia, a la idea de la anécdota, a la trama alejada
del avance causa y efecto. En mis historias ocurren muchas cosas que no están
organizadas convencionalmente, en términos de crescendo o argumental o de
intriga. Como tampoco hay vínculos claros de relaciones causa y efecto, mis
libros avanzan por un sistema de circunvoluciones reflexivas donde la
descripción es tan importante como los hechos. Esto a la vez determina que los
encadenamientos se organicen alrededor de tópicos y no de anécdotas.
Otro enclave de su
literatura es el narrador en primera persona que, al caminar, se somete a una
experiencia, a una serie de reflexiones del ambiente y de sí mismo: el ambiente
de la ciudad. ¿Por qué esta fijación con la figura del caminante?
Siempre me gustaron los escritores caminantes: Benjamin,
Kafka, Borges. Creo que ser un buen caminante te hace mejor escritor, mejor
observador. Me parece que cuando uno camina desarrolla una sintaxis de
pensamiento particular, diferente a la que se desarrolla cuando se está
acostado o sentado. Tiene que ver con la velocidad, con las pausas de la
respiración, con el paisaje que se va desplegando y que te somete a una
interacción precisa con el entorno. Trato de que esta observación se ataña a
mis personajes. Además, aunque esta idea pueda sonar infantil, creo que caminar
es la única actividad que no ha sido colonizada por un mercado particular.
Están quienes caminan por esparcimiento, quienes caminan para mantener su ritmo
cardíaco, quienes peregrinan, quienes son turistas o forasteros, están los
vagabundos, que podrían ser los caminantes revulsivos porque se les mira con
desconfianza. Pero los pobres no tienen otro remedio sino caminar: ellos son
los caminantes compulsivos.
¿Sus personajes
tratan de revivir o copian la figura del flaneur?
No, pero no porque yo lo busque intencionalmente sino porque
nuestro entorno ha cambiado. El flaneur era la persona o el personaje que,
caminando, descubría y celebraba la ciudad. Sin embargo, esta figura, aunque se
intente, ya no es posible, porque las ciudades se han ido homogenizando debido
a las comunicaciones (ahora los turistas o habitantes de una ciudad saben qué
hacer por Yelp o Google Maps), a las equivalencias en recursos humanos,
económicos y arquitectónicos.
Entonces, ¿cómo
describiría a sus caminantes?
Mis caminantes son sujetos que sienten desilusión frente a
la caminata, son como tributarios de la tradición moderna, que constatan que
caminar es una experiencia deceptiva. Por eso me parece que llega a crearse una
atmósfera que refleja al autómata. Yo también soy un caminante asiduo, un
caminante permanentemente decepcionado, así que estos personajes reflejan
también mi experiencia personal.
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