Por Leonardo Sabbatella para Revista Vísperas
Se sabe que Sergio Chejfec es de los que cuando escribe
prefiere (y provoca) atajos, pasadizos que conectan pensamientos y hechos
aislados, lejanos. Aunque paradójicamente no se trata de atajos que acorten las
distancias sino que, por el contrario, su escritura se bifurca en una serie de
desvíos inciertos y morosos, de una lentitud magnética, que amplifica las
asociaciones; una literatura que procede por contigüidades y ecos. En su último
libro, Chejfec vacila, casi como si se tratara de una meditación teórica, sobre
las relaciones de la literatura con sus instrumentos de registro, con las
formas de lectura de un texto y sobrevuela las fronteras entre el carácter
verbal y plástico de la letra, ya sea manual o tipográfica.
¿De qué índole son las noticias que trae Chejfec?
Desfasadas, inactuales, tardías, imprescindibles. Apuntes y hallazgos (notas
antes que noticias) que llegan a destiempo o son ubicadas en otra secuencia
temporal para que lo sean. Como si del hecho de asociar dos ideas o imágenes,
sin importar de cuándo daten, surgiera una noticia sobre la escritura (algo de
lo que Godard ya se había dado cuenta y que también retoma Didi-Huberman).
Chejfec excava en recuerdos personales para ponerlos en relación con libros y
obras plásticas. Trae, por ejemplo, las transcripciones de Franz Kafka que
hacía años atrás y las contrasta con los artistas que trabajan sobre modos de
copiados, impresiones superpuestas o imitaciones de caligrafías. Sobre la
transcripción Chejfec pareciera decirnos, al menos, dos cosas: que es una forma
de darle a la escritura cierto carácter interpretativo –como si un pianista repasara la partitura de otro–
pero también que la simulación es parte del acto de escribir, ser escritor
también es simular serlo.
Una de las preguntas nodales del ensayo de Chejfec es sobre
cómo los distintos dispositivos afectan a la escritura. Ya Nietzsche decía que
el paso a la máquina de escribir había acortado sus frases y las había hecho
más directas. Pareciera haber ciertas parábolas que solo son posibles a mano,
como también podría afirmarse que ciertas frases certeras no hubieran existido
sin un ordenador. Aunque Chejfec no está del todo seguro (y ahí radica una de
sus virtudes: la incertidumbre, el suspenso) que esto sea así. Una vieja idea
de Karl Marx dice que las máquinas no producen valor sino que transfieren el
valor que produce un hombre. Quizás pueda encontrarse cierto paralelismo de lo
que se plantea en el ensayo: una máquina de escribir, una computadora o una
pluma no hacen la escritura sino que transfieren y abren camino a la escritura.
Como en la frase de Marx, una máquina sola no produce nada si no hay alguien
que la ponga a funcionar. La pregunta, entonces, que atraviesa el libro es
menos por los instrumentos que por lo que se hace con ellos, por sus
restricciones y habilidades, por sus usos y apropiaciones.
Últimas noticias de la escritura no es el primer
acercamiento de Chejfec al ensayo. Pero no solo porque una década atrás
publicaba El punto vacilante, una serie de textos críticos que iban desde la
exploración de la literatura argentina hasta la pregunta por los libros con
imágenes, sino porque la escritura de Chejfec es de carácter ensayístico desde
su primer trabajo, la novela Lenta biografía. En toda su obra (más de quince
libros donde se destacan Los planteas y Mis dos mundos, para decir solo un
par), Chejfec cultiva el pensamiento y la reflexión como una caja de
resonancias que produce escenas ficcionales. Procedimiento con el que expande
las fronteras entre distintos registros y genera el otro rasgo de estilo de su
literatura, cierta atipicidad de géneros que se da por momentos en sus libros.
Por eso no podría culparse a un lector que leyera Últimas noticias de la
escritura como un movimiento más de su novelística. Tal y como observó Enrique
Vila-Matas, «Chejfec es alguien inteligente a quien no le cuadra bien la
palabra novelista, porque él más bien crea artefactos, narraciones, libros,
pensamiento narrados antes que novelas».
La de Chejfec es una escritura en la que no pareciera que lo
más importante sea lo que tiene para decir sino la exploración de ideas, las
asociaciones inesperadas, las inflexiones y los rodeos. Quizás porque pertenece
al linaje de los escritores caminantes, que van desde Robert Walser hasta Juan
José Saer, pasando por Sebald y Peter Handke, sea que Chejfec practica un
ejercicio de acercamiento, una serie de aproximaciones posibles a su objeto de
estudio; discontinuidades de un caminante que piensa puertas adentro de su
cabeza. Se trata de una escritura que no es traccionada por el imperativo de
arribar a conclusiones cerradas sino por el mero ensayo y la prueba de
prototipos, como si se tratara de una sala de experimentos a escala
caligráfica.
La pregunta por la materialidad de una escritura, su forma de registro, de dejarla materialmente o inmaterialmente asentada, pero también sobre cómo y de qué está hecha (cuestión quizás inseparable de la pregunta por los materiales de una poética), llevan a Sergio Chejfec, a lo largo de esta especie de documento privado sobre la escritura, a poner en crisis el uso instrumental del lenguaje, las nociones simplistas sobre la representación y, aunque no de forma asertiva (no podría ser de un modo distinto en él), postula para la literatura otros desplazamientos posibles.
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