Por Pablo Díaz Marenghi para Artezeta
Con una prosa formal y poética, el autor argentino construye
en su tercera nouvelle una historia de contrabandistas, burreros, malandras y
frustraciones literarias. Al mismo tiempo, invita al lector a navegar por el
Río de la Plata de principios del siglo XX.
Como sostiene María Negroni en su contratapa, Quiroga es un
libro “rarísimo”. Editado por Entropía, la novela breve -84 páginas- toma como
protagonista a un joven bibliotecario, escritor a medio camino, que a partir de
un viaje en barco termina coqueteando con el contrabandismo a fines de la
década del 30. Esta tercera novela de García Schnetzer se enmarca en una
especie de trilogía de los apellidos, por los títulos de sus publicaciones
anteriores (Requena, 2008 y Andrade, 2012). El autor, que también es editor y
traductor y está radicado en Barcelona, construye un clima de época a partir de
expresiones del lunfardo, un lenguaje por momentos barroco pero con un alto
grado de belleza estética y diversos personajes pesados. Tipos que no dudarían
en resolver una disputa a navajazos, que disfrutan de la timba, los burros y el
tango. Un aura rioplatense abriga la trama. Guiños hacia las cosmovisiones de
Juan Carlos Onetti o Felisberto Hérnandez le dan a este relato una solidez que
invita a dejarse llevar por la travesía.
El protagonista es un joven de 25 años que se siente más
escritor que bibliotecario. Esto provoca su cese en su lugar de trabajo y el
disparador para emprender una aventura por el río que lo marcará para siempre.
No es casual que la acción ocurra en 1937. Es el año en que Jorge Luis Borges
empezó a trabajar en la Biblioteca Miguel Cané. García Schnetzer confiesa, en
una entrevista al diario Página 12: “Me puse a pensar qué habría sido de la
vida de ese muchacho al que echaron para que Borges pudiera entrar. Esta es una
anécdota irreal, pero posible. Ese muchacho es Juan Quiroga, pero eso no
sucedió; es como el poema de Borges ‘El Golem’: ‘el gato no está en Scholem pero,
a través del tiempo, lo adivino’ –parafrasea–”. Con muchas más frustraciones
que certezas, Quiroga se sube al barco con libros y bocetos de poemas que
maldice de forma constante.
El viejo Maure, mafioso y perspicaz, es el personaje que
guía a Quiroga y lo hace olvidar, por un rato, sus impulsos por ser escritor.
Lo introduce en el oscuro mundo del contrabandismo. Otros sujetos peculiares se
van interponiendo en su camino e incluso dejan entrever opiniones del propio
autor. Incluso, hasta de la misma literatura: “La mayoría de los hombres de
letras obedece a alguna de las cinco variantes identificadas por Metchnikoff, y
que son, atienda: el que recopila las cosas más intrascendentes, el que vuelve
a decir lo que se ha dicho cien veces, el que investiga lo inútil, el que
compone frivolidades y el hombre rudo… Todos incapaces de percibir el daño que
se causan y el provecho irrisorio que el público obtiene de sus trabajos”.
A Quiroga le duele la realidad. El narrador, en tercera
persona, omnisciente, reconstruye los mosaicos hechos añicos de su neurosis:
“Quiroga mira la multitud deambular. En su visión perimetral ve a los chicos,
los ancianos, los matrimonios, los viudos y se ubica mentalmente en una línea
que va de la infancia a la agonía. Al obligarse a pensar en su propia
condición, cae en la metáfora devaluada del tiempo que vino y que se nos va, la
imagen inmemorial del río y de Heráclito. Quizá sea eso –piensa–, un irse
limando, gastando como piedra en la corriente. Más allá de la nave todo es páramo,
huye el viendo de la soledad”. El nihilismo y la angustia atraviesan las
elucubraciones del joven bibliotecario mientras aprieta con fuerza su cuaderno
de notas mirando la inmensidad del Río de la Plata.
Un punto fuerte de la nouvelle de García Schnetzer es el
lugar de ser reflexivo que le otorga al protagonista. Sin recursos forzados y
con simpleza, construye un personaje que reflexiona de manera constante sobre
su propia existencia, sus proyecciones y sus miedos. Es digno el trabajo con
los diálogos –algo que abunda en su escritura– que son utilizados como
herramientas para construir el clima. Esto permite que, por momentos, Quiroga
escupa, con su propia voz, sus pesadillas más profundas: “Mi enfermedad (…)
irredimible de todo lo real; aborrezco la monotonía de la vida; soy un hombre
fatigado, concluido; durante veinte años mi vida ha sido una disipación vana de
facultades y de oro;he apurado las sensaciones, y heme aquí sin energías, sin
ideales a qué consagrarme, y eso en caso de que rebuscando por los pliegues de
mi cerebro pudiera encontrar algo de valía; creo definitivamente haber agotado
mi provisión de fluido nervioso”. Esta angustia se vuelve cada vez más densa y repetitiva hasta
convertirse en una suerte de piedra de Sísifo. El joven empuja sus pesares en
una secuencia perversa que parece no tener fin.
García Schnetzer forja un personaje que vive entre dos
mundos: el aparentemente real, que aborda con sus sentidos, y el mundo propio
de las notas de su cuaderno, que desprecia. Camina por senderos que se bifurcan
en múltiples sentidos. A veces uno cobra preponderancia por encima de otro y el
lector quizás confunda ciertos hechos con escenas que rozan lo fantasmal. Esa
categoría psicoanalítica que representa el deseo inconsciente que fascina y asfixia
al ser humano. Sufrimiento y goce a la vez. “Llegaba a reconocer como propios
los recuerdos (…) pero siendo como un otro del otro irrecuperable”. Quiroga
experimenta su yo como un otro, inabarcable. La historia puede impactar a todo
joven que sueñe con triunfar en la literatura o también a toda persona que haya
sentido frustraciones en torno a las metas que persigue. Sísifos modernos que
hacen rodar la misma piedra una y otra y otra vez.
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