Entrevista a Romina Paula en Clarín Cultura. Por Ivanna Soto.
Acaba de publicar la novela "Acá todavía" y
estrena hoy la pieza "Cimarrón" en el Argentino de La Plata.
Dice Romina Paula que cuando alguien importante muere, algo
de uno muere pero también algo nace. Y le consta porque no hay nada más fuerte
que la experiencia para decantar certezas. O, al menos, preguntas. Fue cuando
murió su padre, en 2010, que empezó a escribir Acá todavía (Entropía), su
tercera novela, que trascurre en sentido inverso, partida en dos: de la agonía
–“todavía”, estar todavía–, mezclada con el devenir del deseo sexual, al puro
presente: ese “acá”, escrito antes y después de quedar embarazada de su hijo
Ramón.
Los polos vitales, el amor y la muerte: esos son los temas
que rigen su novela, teñida por el color de una época que nos marcó a todos los
que crecimos en ella: los 90, “la década colorinche, mal cortada, cínica y bronceada”,
escribirá. Su estilo es ya una marca que arrastra desde la primera novela, ¿Vos
me querés a mí?: es fácil entrar al juego de un relato que fluye con
transparencia, entre diálogos y observaciones del mundo.
Paula es también dramaturga y directora (entre ellas, la
memorable El tiempo todo entero, versión muy libre de El zoo de cristal, de
Tennessee Williams) y actriz (en cine estuvo en El estudiante, de Santiago
Mitre). Y en el salto de la narrativa a la dramaturgia, lo que transmuta en
palabras no son las cosas de la vida sino la propia literatura. De una manera
radicalmente distinta y atravesada por un mundo de citas y referencias a Rainer
Maria Rilke y Sarah Ruhl, con los mismos temas da lugar a la más abstracta de
todas sus obras teatrales, Cimarrón, que estrena hoy en la sala TACEC del
Teatro Argentino de La Plata y se verá solo hasta el sábado.
-Los dos hechos que marcan Acá todavía: la muerte y la nueva
vida a través del embarazo, te pasaron a vos. ¿Qué tanto se diferencia el
personaje que narra en primera persona de la vida misma?
–Lo que escribo en narrativa es una suerte de criatura que
se nutre de cosas que viví y cosas que no. La primera parte, la del hospital,
la escribí mucho después de haberla vivido, y obviamente no fue de ese modo. Y
la segunda la había empezado a escribir antes de estar embarazada pero el deseo
funciona de modos misteriosos.
–¿Empezó como una catarsis?
–Sin dudas fue catártica. Pero mi intención no fue
documentar pensamientos o sentimientos. Sí son cosas que yo pienso, pero cuando
voy a escribir no es que yo quiero contar eso que pensé sino que me pongo a
escribir y se me va mezclando. Y cuando va pasando el tiempo, se me empiezan a
confundir un poco la realidad y la ficción. Creo que cuando sea vieja voy a
pensar que cosas que no sucedieron, sucedieron. Y al revés (risas).
–Hay en general una asociación fuerte entre el sexo y la
muerte. De hecho, en la novela el deseo nace en un contexto de hospital y ahí
se narra la primera escena sexual.
–Es muy frecuente que cuando mueren tus padres, o uno de
ellos, tengas un hijo. Hay algo de la subsistencia supongo. Quise hacer una
especie de reconstrucción del devenir sexual de una mujer e ir hacia atrás,
partir desde la infancia.
–En tu obra, Cimarrón, aparece fuerte Rilke. Vamos con otra
cita del escritor pero esta vez aplicada a la novela: “La verdadera patria es
la infancia”. ¿Hay algo de eso?
–Nunca me gustó la sobrevaloración de la infancia como un
lugar perdido y al que uno anhela volver. Nunca sentí eso.
–Pero no como un lugar al que uno quiere volver sino como el
lugar del que uno nunca puede irse, por cierta cosmovisión del mundo a la que
se queda un poco pegado.
–Me convoca especialmente algo de esos primeros vínculos en
la constitución de uno: quién es uno respecto de esos otros que durante muchos
años de tu vida eligieron por vos. Entender la construcción de la identidad a
favor de, en contra de, o a pesar de. No es que yo haya pasado una mala
infancia, pero recuerdo con bastante angustia esa cosa de que otras personas
tomen las decisiones por mí. Y ahora estoy del otro lado. En ese sentido, yo lo
que quería era escribir una suerte de novela familiar de estilo siglo XIX, que
entrara en todos los personajes, pero no lo fue. Finalmente están ahí ocupando
mucho lugar el deseo y la muerte.
–De una forma mucho más explícita que en tus novelas
anteriores.
–Siento que esas situaciones requieren ese nivel de
descarnamiento, de crudeza. Me parece bastante cruda esta novela. Pero lo del
sexo me da mucho pudor también. Son cosas que en general escribo y después
olvido. En ese sentido un libro es raro, porque es algo muy íntimo que uno
escribe en soledad y luego, de repente, se hace público.
–Pasó un lapso de tiempo importante entre tu última novela,
Agosto (2009) y ésta. Pero mientras no publicabas novelas, en el medio hiciste
(y publicaste) teatro...
–Desde que la empecé a escribir, tenía períodos en los que
la dejaba. En cambio, cuando escribo una obra ya sé que la voy a hacer, me la
imagino para ciertos actores, para el espacio, tengo algunas limitaciones que
agilizan su escritura. La narrativa para mí no tiene esa urgencia, me acompaña
durante el tiempo que sea necesario, no tiene una finalidad tan práctica.
Escribir es algo en sí mismo y por momentos me genera placer pero publicar es
ya otra cosa. Me llevó un tiempo hasta que finalmente me decidí a eso. Y acá
estamos.
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