Entrevista a Romina Paula en Infobae. Por Matías Méndez
"Colecciono palabras", dice Romina Paula, con una
sonrisa tímida. Está sentada en el estudio de Infobae y revolea los ojos de un
lado al otro, se ríe cuando se le hace una referencia a su trabajo con el
lenguaje y con la oralidad de sus personajes. Cuenta que 'bicoca' es una de
esas palabras hermosas que encontró y puso en boca de la protagonista de su última
novela, Acá todavía, que Editorial Entropía distribuye este mes. Se trata de su
tercera novela, después de unos años sin publicar narrativa.
Antes publicó ¿Vos me querés a mí? (2005) y Agosto (2009),
por el mismo sello. Como dramaturga, sus obras están reunidas en el volumen
Tres obras.
El libro está estructurado en dos partes. La primera,
"Todavía", narra la agonía de Mario, el padre de Andrea, la narradora
protagonista, en un hospital; con él conversa mientras conviven en la rutina
hospitalaria de donde ella no quiere apartarse. "Acá" es la parte
final y también la consolidación de un personaje en primera persona que lleva
al lector al desenlace de una historia cruzada por una reflexión sobre el
significado del amor, el deseo y la identidad.
"Recuerdo haber leído en alguna parte que la medicina
creaba enfermos. O no, más bien decía algo así como que el lenguaje, el
lenguaje en torno a la enfermedad, el que se habla en los hospitales, crea
enfermos", dice Andrea, mientras revisa su pasado con sus padres y su
divorcio, su infancia y la etapa presexual, la relación con sus hermanos y sus
amores. Se hace preguntas porque no tiene certezas, ella se construye mientras
se interroga.
—¿En qué anduvo en estos casi diez años desde su última
novela?
—En el medio salió un libro con las tres obras de teatro.
Podría decir que en esta década estuve dedicada al teatro. Escribía pero con
unos tiempos muy dilatados.
—¿Dejó la narrativa a un costado para dedicarse al teatro?
—Viéndolo ahora, retrospectivamente, parece que sí, pero
siempre estuve acompañada por esta novela. Tuve distintos momentos con ella,
porque la estaba escribiendo, pero efectivamente estaba más abocada al teatro:
estrené, en estos diez años, tres obras con la misma compañía, que son las que
están publicadas. Se me hizo largo esta vez el tiempo.
—Repasé sus primeras dos novelas e intenté pensarlas junto a
esta. Creo que lo que une a las tres es el trabajo para construir la primera
persona y la elaboración precisa con respecto al lenguaje y, en particular, con
la elección de las palabras. ¿Está de acuerdo?
—Lo de la primera persona me acosa. Tenía la intención de
que esta fuera en tercera y, de hecho, la empecé a escribir así en un cuaderno
y me viraba naturalmente a la primera. El pensamiento me llevaba a la primera y
me forzaba a la tercera. Cuando la empecé a pasar a la computadora, en ese
proceso de copiar, me encontraba escribiendo en primera siempre y dije:
"¿Cuánto me voy a resistir a esto?". Así fue que volví a la primera,
con un poco de sensación de derrota. Estoy profundizando en eso, no sé si será
lo único que pueda escribir en toda mi vida, la primera persona. Hay algo del
punto de vista o del modo de contar las cosas, porque no son relatos muy
épicos, lo que puedo contar o lo que me sale: la primera es lo que me
representa. Sí hay mucho trabajo de edición. Cuando tengo el grueso terminado,
hay un refinamiento de eso, de escucharla, elegir las cadencias, la puntuación.
De mucho trabajo también con los editores, hay algunas frases o palabras a las
que sometemos realmente a juicio.
—Creo que esa cadencia se percibe en su literatura y, muchas
veces, está dada por el trabajo con los signos de puntuación.
—Para mí también. No lo manejo tan conscientemente desde la
gramática, de saber exactamente qué es lo correcto en los signos de puntuación,
pero sí tengo la sensación de cadencia, como el ritmo y el sonido de lo que voy
escribiendo. Es muy importante para mí que después lo pueda leer en voz alta
como ese ritmo del pensamiento.
—Dijo algo al pasar que me llamó la atención, ¿escribe a
mano?
—Sí, hice toda la primaria y la secundaria escribiendo a
mano; la computadora me llegó recién en la tardía adolescencia. Soy de la
generación de escribir a mano, claramente. Ahora alterno, teatro casi que lo
escribo en computadora, pero la narrativa, quizás por alguna cosa fetichista,
la sigo escribiendo primero en papel, después, en algún momento, ya cuando hay
un volumen más grande, voy a la computadora. El papel y el lápiz siempre te
permiten esa independencia, no así la computadora. Se arma el grueso en la
computadora, pero de esta novela la primera parte está escrita a mano y,
además, en lápiz.
—¿En lápiz?
—(Se ríe) Soy como un personaje antiguo. Hay algo como de la
materialidad de escribir así que me gusta, la velocidad de la mano como algo en
sí mismo.
—¿Y a medida que escribe, tacha?
—No, como es en lápiz, voy borrando con goma de borrar. Hay
algo de toda esa materialidad que me relaja.
—Hablo del sonido y la cadencia, pero creo que le falta un
aspecto más y es el trabajo que hace con la oralidad y cierta elección de
palabras. ¿Ahí hay una presencia de su trabajo como dramaturga?
—No sé bien, si sé que, al revés de lo que uno creería, en
teatro los diálogos no son tan coloquiales, incluso así fue la tendencia: al
principio eran más coloquiales, ahora son más literarios y aparatosos. Está
como cruzado. Siempre cuento esa anécdota: cuando hacía la escuela de
dramaturgia, Mauricio Kartun me había observado que escribía literatura como si
fuera teatro y teatro como si fuera narrativa. Quizás algo de eso haya.
—Pero hay una cosa que quiero señalar: los diálogos son
coloquiales, pero también son muy literarios en su narrativa, por ejemplo, la
incorporación de ciertas frases o palabras, como cuando la protagonista habla y
en medio dice: "La trucha contra vidrio".
—Esas frases hechas del habla cotidiana me encantan, las uso
muchísimo y me gusta mecharlas en un contexto solemne, porque dan como una
sensación de despertar, de cambio de código.
Me di cuenta de que
uno se aferra al significado de ciertas palabras y significan otra cosa
—A ese contraste me refería.
—Me gusta mucho ese contraste, lo uso mucho en la vida y no
sé si siempre es bienvenido, porque es un poco disruptivo, pero me divierte. La
narradora lo dice con la palabra 'bicoca'; una palabra en un lugar extraño te
puede salvar el día, la situación o algo del sentido del humor. Colecciono esas
palabras. Me pasa que estoy escribiendo y la cabeza me dispara una palabra.
Podría ser 'bicoca', y digo: "La voy a buscar en el diccionario", y
muchas veces me doy cuenta de que no significan lo que yo pensaba que
significaban. No sólo es una palabra extraña, coleccionada, sino que la usé
muchos años, no en literatura, pero sí hablando, en un contexto equivocado. A
veces, significan lo contrario de lo que yo creía. Descubro palabras
escribiendo y me di cuenta de que uno se aferra al significado de ciertas
palabras y significan otra cosa. Me encantan esos descubrimientos.
—¿De dónde llegan esas palabras?
—No sé, están ahí. Cuando hay una palabra que me llama la
atención, la retengo, pero me aparecen mucho al escribir. Es raro lo que sucede
cuando uno escribe; uno va a escribir algo que cree que va escribir y luego
aparece eso otro que está ahí. El otro día escuché que uno escribe para
descubrir cosas que no sabía que sabía. Algo de eso pasa.
—¿De esas palabras le atrae la sonoridad?
—No sé, por ejemplo, 'bicoca' es una palabra hermosa y su
sentido es hermoso. Colecciono palabras.
—¿Siente que su escritura evolucionó en estas tres novelas?
—No lo sé, claramente siento que estoy escribiendo en el
mismo sentido. No es que produce un cambio radical respecto de las anteriores,
acumula y establece un vínculo con la primera en cuanto a temas, y un vínculo
con la segunda, por la primera persona que va narrando. Esta tiene una
estructura un poquito más compleja que las dos anteriores y, de hecho, no la
escribí cronológicamente, que es lo que hice con Agosto. Acá hay saltos en el
tiempo en la narración y también los hubo en la escritura. Tuve que tomar más
decisiones de edición, cosa que no había hecho tanto hasta ahora. No sé si eso
es evolución, pero es algo que no había hecho antes.
—¿Esta es mucho más ambiciosa? A lo que usted dice, le
agregaría la elaboración de los planos temporales.
—También, hay dos tiempos, el de "Todavía" y el de
"Acá", y en el primero hay bastante salto hacia el pasado.
—A la novela la cruza una reflexión sobre el amor y sobre
los diversos tipos de amor. ¿Es un planteo que se hace en su escritura?
—No me lo planteo así, pero irremediablemente termino
preguntándome acerca de eso. Sí, es verdad que está ampliado, está el tema del
amor de pareja y la sexualidad, pero también está el vínculo familiar hacia
arriba y hacia abajo, y de la amistad; las distintas formas del amor, sin duda.
Es amor y es deseo también, no sólo vinculado a lo sexual afectivo, sino a lo
que uno quiere hacer, quién quiere ser. Aquí también hay mucho del tema de la
identidad, en el sentido de qué hace que uno sea uno, si es algo que deja de
ser o es algo en lo que uno se convierte y en relación con qué, con los padres,
los mandatos. Ese recorrido de intentar encontrar qué es lo adecuado para uno y
el no adecuarse. En donde uno se siente sí mismo. Para mí, la vida es un
recorrido de eso y hay mucha gente que nunca encuentra ese para sí y otros que
sí. Creo que eso late fuerte en esta novela.
—También está presente la muerte y, en particular, la
agonía, que la narradora parece vivirla más con resignación que con dolor.
—O con negación. Hay algo de la muerte real o de la
decadencia de la enfermedad que queda como fuera de cuadro. Ella se hace
preguntas o comenta cosas del estar enfermo, pero no en su vínculo con el
padre, que es el paciente. No está explícito el tema del deterioro, salvo en un
capítulo que sí aparece un poco, pero es como si no pudiera nombrarse eso, que
es algo que sucede en esas situaciones. Por un lado, la esperanza de que todo
salga bien y se cure; pero hay algo del día a día del hospital que es tan
alienante y está cargado y por eso el todavía: "Todavía estás acá, todavía
estás vivo y todo puede seguir siendo así". Uno pone una especie de piloto
automático de que te vas a tomar el cafecito y hacés cosas de tu vida, y el
otro está en esa especie de limbo, en donde funciona mucho la negación. Quería
contar esa normalidad en ese estado de excepción. Es una rutina la del
hospital, y la gente que trabaja ahí tiene esa continuidad donde la muerte es
parte de esa rutina laboral, es muy alienante y a la vez te da tranquilidad.
Son las dos cosas al mismo tiempo.
—¿En la narración de ese ámbito tiene un papel importante lo
sensorial?
—Trato de sentir, a veces recuerdo y a veces invento, pero
en ambos casos intento sentir eso que estoy contando y me zambullo en lo que
estoy contando, y esa situación está plagada de sensaciones. Para mí, estar en
el mundo es percibir con todos los sentidos y hay bastante de referencias a
olores, que es algo que me interesa particularmente, porque el sentido del
olfato me acompaña mucho, para bien y para mal. La vista está por encima de
todo en nuestra sociedad y eso está claro, porque todo siempre se ve, pero el
olor es algo fundante para mí y trato de escribir sobre eso, porque me importa
mucho el olor de las cosas.
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