jueves, julio 04, 2013

Opendoor, de Iosi Havilio


Hernán Galli lee Opendoor, de Iosi Havilio y lo comenta en su blog Sí, la idea de grabar un disco

Afuera quizás llueve.
Siempre, afuera, quizás llueve, o es domingo o algo no termina de cerrar.
Pongamos que afuera llueve y te da por leer Opendoor. Al principio no es nada, pensás que es una novela extranjera, por el nombre del autor, por el título, esa cosas. Entonces te acordás de la colonia neuropsiquiátrica, y si tenés edad y memoria, de la Dra. Giubileo. Mirás bien y no, la novela está escrita por un autor argentino que apenas había pasado los 30 años al publicarla. Todo eso lo aprendés rápido porque está escrito en la solapa. Y enseguida te preguntás (una vez más), ¿con todo lo que me falta leer, elijo la primera novela de un autor contemporáneo? Sigo.

Empezás a leerla a la tarde de un día y para la noche del siguiente está liquidada. Esto está bien, te decís, y lo sabe todo el mundo, pero te lo repetís igual. Pensás que estás leyendo un cuento de Forn, del volumen Nadar de noche, esos cuentos que disparaban la década del 90 en la Argentina. Sí, es eso, pero hay algo más, y te llega Piglia, muy lejano, hasta que das en la tecla y aparece Salinger. Es la misma emoción, la de haber leído la novela más parecida a un cuento, y que quede claro que no hablás de una nouvelle, ese híbrido que casi nunca cierra.

Estás seguro de que hay una palabra que acierta a la descripción: lacónico. Y te reís cuando recordás que hay quien cree que lacónico es breve, como minimalista es vacío. Pero te olvidás y volvés a la historia de esta chica (¿25 ó 30 años?) que azarosamente (¿azarosamente?) va a ver un caballo enfermo en Luján, ahí cerca de Opendoor. Después todo es vértigo y se acaba pronto. Cuando pensás en esa chica sin nombre, y te preguntás todo sobre ella, su edad, su pasado, su familia, y todo es un gran hueco, te sobreviene ese poema de Goethe, y concluís que es así, que es como cuando a un tallo lo transplantan y vuelve a vivir y todo lo que lleva dentro se queda ahí, una especie de borrón y cuenta nueva natural.

Cerrás la última hoja y regresás. Regresás al espacio de tierra que atrapa tus pies y te deja dormir por las noches a cambio de la sospechosa calma. No sabés por qué pensás que pareciera como que todo acto de locura, rechazo o subversión se limita a ese territorio, y vos que creés que das el gran salto día a día. Qué importa, hablamos de Opendoor, la mejor novela que has leído en años, que nada pretende ni nada reclama. Una novela justa, casi sin deslices, sin errores, sin prepotencia. Podés analizarla mucho tiempo, concluir si se ubica en la década del 90 o la del 2000, porque un walkman es de la primera, pero la keta, no. Podés preguntarte si todo lo que sucede es demasiado. Podés dudar. No tiene sentido, no va por ahí la cosa. Y para colmo, en las últimas dos páginas, el final te saca una sonrisa de satisfacción, un: "qué bien que la hizo el autor", un sobresalto para que no te olvides de que has leído una obra de ficción, donde todo es realidad, obviamente.


Over.

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