martes, julio 23, 2013

Reseña: “Modo linterna”, de Sergio Chejfec

Lucas Mertehikian reseña Modo Linterna, de Sergio Chejfec, para la revista Los Inrockuptibles

Como sucede en algunas de sus mejores novelas (El aire, Mis dos mundos), el tema general de los relatos que componen Modo linterna, de Sergio Chejfec, es el espacio. Más aún, el espacio urbano, podría decirse, siempre y cuando se entienda en un sentido amplio: el espacio urbano no como un escenario con límites más o menos definidos, sino como matriz que modela todas nuestras concepciones espacio-temporales posibles y, en definitiva, todas nuestras experiencias.

Los relatos podrían pensarse como trabajos sobre casos particulares de esa experiencia vital. Es el caso de “Los enfermos”, donde la protagonista recorre la ciudad para llegar a un hospital, o el de “Una visita al cementerio”, en el que tres argentinos buscan, en París, la tumba de Saer. Aquí y allá aparecen formuladas pequeñísimas teorías, esbozos (siempre agudos) sobre el tema: “Por último”, leemos mientras los personajes caminan entre las lápidas, “hizo una alabanza de los cementerios como las miniaturas urbanas más pacíficas y acogedoras”. O en “Donaldson Park”, donde el parque público aparece no como refugio o recreo de lo urbano, sino como el punto donde la percepción urbana se consuma y a la vez se niega: “En esos momentos se me ocurrió que la labor humana de producir mundo construido y de buscar separarlo de la naturaleza encuentra su refutación en la misma percepción de la gente”. No es que la ciudad sea una segunda naturaleza, sino que es todavía la primera.

Pero si la experiencia urbana (la experiencia capitalista) es una experiencia total, también lo es porque no se puede escindir del movimiento. Colectivos, subtes y autopistas ocupan aquí un lugar destacado. No parece extraño, entonces, que cada anécdota implique un desplazamiento que a veces se anuncia desde el título (“Una visita al cementerio”, “Hacia la ciudad eléctrica”) y, más aún, que el trasfondo de los personajes sea a menudo el de un emigrado: es el caso de Chejfec mismo, por supuesto, pero también el de la protagonista de “Los enfermos”, que acaba de regresar a su país de origen, o la de Samich en “Los colectivos”.

El resultado es siempre el de una percepción extrañada, producto de un levísimo desfasaje entre ese punto de vista y todo lo demás, como si el cansancio pudiera ser un estado de trance. Nunca se trata, sin embargo, de una distancia irónica o cínica, y su resultado tampoco es nunca una revelación grandilocuente. Los relatos de Modo linterna pueden leerse como arte poética, y son brillantes en el sentido paradójico que el mismo título del libro sugiere: no pretenden alumbrar la totalidad de lo que examinan. Son como los aviones nocturnos que el narrador ve pasar en “Donaldson Park”: apenas un destello que se posa sobre algo imposible de iluminar por completo (el cielo oscuro) y, peso a eso, permanece.

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