Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovksi en Diario Registrado
Por Mariana Kozodij
Como si se tratara del propio Bronislaw Malinowski aplicando
la observación participante, Maiakovski inicia su viaje hacia América (Cuba,
México y Estados Unidos) con una doble mirada: la del asombro ante lo
desconocido (noches de luciérnagas, los
indígenas en suelo azteca, semáforos en Nueva York) y la mirada política
atravesada por la lucha revolucionaria bolchevique (la división de clases,
“Dios es el dólar”, las segregaciones racistas y la posibilidad de analizar al
enemigo para “impulsar el estudio de las debilidades y las fortalezas de los
Estados Unidos en vistas de una lucha lejana”).
“Necesito viajar. Para mí el contacto con todo aquello que
respira vida casi sustituye la lectura de libros”, así comienza Maiakovski las
crónicas de su travesía por América; bitácoras divididas en dos grandes
apartados.
El primero, compuesto por una fugaz visita a La Habana y una
estadía más prolongada en México junto al muralista Diego Rivera. El segundo,
la complicada entrada a suelo “americano” , palabra decretada por Coolidge como
de uso exclusivo para los estadounidenses como si el resto de América no
existiera; en una visita a Nueva York, Chicago y Detroit.
Entre La Habana y México, Maiakovski saca a relucir su
poesía con bellas frases descriptivas
pero sin perder de vista la división de clases a la hora de viajar y disfrutar
del traje que ofrece el turismo. Con
precisión, escarba las relaciones entre
los viajantes del vapor Espagne donde “la primera clase vomita donde se le da
la gana; la segunda, sobre la tercera y
la tercera sobre sí misma”. La Habana tropical inspira al poeta ruso que la recorre a
pie reflexionando que “Todo lo que tiene que ver con el exotismo antiguo es
pintoresco, poético y poco rentable”.
Nos ofrece un cuadro de transacciones comerciales, lluvia, flora y
fauna. La entrada a México adquiere el
carácter de una lectura sociológica. Con interés, asiste al espectáculo popular
de las corridas de toros sin perder el humor al desear que los éstos tengan
“ametralladoras entre los cuernos y enseñarles a disparar”. Otro de los focos de atención está puesto en
la población indígena; si bien espera
encontrarse con plumas y flechas
descubre una idiosincrasia que lo sorprende.
Maiakovski, involucrado en la revolución bolchevique y
activo difusor de la propaganda del partido (fundó en 1923 junto con Ródchenko
una agencia de publicidad en Moscú)
presta especial atención a la idea de "revolucionario" que
manejan en suelo mexicano. Con ironía y cierto dejo de tristeza revela que la
revolución sólo implica el decorramiento de quién esté en el poder. Mientras
que el imperialismo estadounidense es el amo y señor en una política
"exótica" de gringos y revólveres.
Recibido por Diego Rivera, se acerca a la pintura y a la
poesía. Sus comentarios sobre esta última y el lenguaje siguen remitiendo a su
participación en el manifesto La bofetada al gusto del público (1912) invitando
a tirar por la borda a ciertos clásicos (en México tampoco se olvida de
Pushkin).
El segundo, y más extenso, apartado es el que corresponde a
Estados Unidos. Comienza con las dificultades para entrar al país como ruso,
que no habla el idioma, y descolla en
sus menciones políticas y tecnológicas. Maiakovski intenta entender al
estadounidense promedio, lo urbano que lo rodea, sus costumbres, el placer
estético por el verde del dólar, y la división del trabajo ante la potencia y
caldera "de la fuerza negra". La Nueva York "sodomita y gonorreana" le fascina y
le atrae sobremanera. Maiakovski cuestiona su
tejido urbano y denuncia un avance tecnológico que contradictoriamente
atrasa; al no mejorar la calidad de vida de las personas colisionando con las
ideas que fluyen en el ambiente del amplio (cubo) futurismo ruso. Las
comparaciones se le vuelven inevitables y le aportan riqueza al diálogo interno
del texto entre sus observaciones y la vida en Moscú. Sus comentarios sobre las fábricas (o polos industriales) y
las rutinas exigidas y poco felices a sus empleados unen Nueva York, Chicago y
Detroit. Detalles de época y anécdotas evitan que la lectura adquiera un
carácter de mero manifesto de los derechos de los trabajadores; aunque las
ideas revolucionarias afloran en su pluma generando un tono ensayístico y
levemente provocador. Maiakovski admite que sus observaciones "Son unos
rasgos sueltos: las pestañas, una peca, una fosa nasal" de las ciudades
que visita en las que la burguesía le teme a la propia tecnología que dice
apoyar mientras la fugacidad se apodera de todo y todos. Observaciones de la
década del veinte que gozan de actualidad.
Con una impecable traducción (y útiles notas al final),
"Mi descubrimiento de América" permite conocer la mirada personal de
uno de los grandes vanguardistas del siglo XX
en parte de nuestro continente. Un texto desde el que alega, para
referirse a Chicago, aunque también es aplicable al resto de su viaje: "Mi
descripción es incorrecta pero fiel" permitiendo la compañía del lector en
su recorrido.
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