Por Federico Monjeau para Clarín
"Teatro Martín Fierro". Basada en un texto de
Sergio Chejfec, la obra subió en el CETC con música de Pablo Ortiz, imágenes de
Eduardo Stupía y dirección escénica de Agustina Muñoz
Teatro Martín Fierro, obra especialmente encargada y
estrenada el jueves por el CETC, está basada en el relato de Sergio Chejfec
Deshacerse en la historia, de su libro Modo linterna (Entropía). Ese relato,
tal vez uno de los más originales y experimentales del autor, es una especie de
pieza de teatro muda inspirada en Martín Fierro.
El relato describe objetos y personajes casi inmóviles, e
infiere posibles sentidos de la escena. Por momentos tiene el tono de las
obsesivas descripciones de Schoenberg para su monodrama La mano feliz. “El
frasco del compadrito está volcado sobre el piso, como si hubiera rodado en
algún momento de la pelea, y también han quedado unos lazos de colores, o
moños, junto con el corbatín que llevaba puesto el moreno”. Otras veces la
descripción se dispara en un sentido abiertamente metafórico: “Las armas e instrumentos
que adornaban la pared blanca se han esfumado, como si hubieran sido atraídos
por el mismo relato”.
En efecto, todo termina adherido a la superficie del relato.
Teatro Martín Fierro no es una ópera: la representación no busca encarnar los
personajes (lo que sería prácticamente imposible), aunque sí materializar
ciertos objetos. La bellísima realización visual del pintor Eduardo Stupía que
se proyecta sobre el fondo de la sala reelabora todo un repertorio campero,
aunque no se limita a eso y por momentos adquiere una impensada autonomía. El
simulacro guitarrístico de Fierro (en el relato sus dedos se mueven ágiles a
una mínima distancia del encordado enmudecido) proporcionan el punto de partida
de la inspirada realización musical de Pablo Ortiz: un cuarteto de guitarras
(Nuntempe Ensamble) que toca prácticamente al unísono su estribillo gaucho,
arcaico y maquinal. El segundo elemento de la parte musical es un trío de voces
femeninas a cappella (Mercedes García Blesa, Lídice Jasmina Robinson y Marcela Campaña,
impecables), que retoma párrafos del texto y los entona en un breve y expresivo
madrigalismo. Si los repiqueteos de las guitarras remiten a un paisaje pampeano
o un ambiente de pulpería polvorienta, las voces fememinas se elevan hasta el
límite del registro agudo en un dramatismo celestial, lo que en la pequeña
“escena” del réquiem (con su sutil cita mozartiana) adquiere una condensación
especialmente conmovedora.
Esas voces retoman algunos párrafos leídos en la escena. No
hay una representación, sino una lectura de un texto fascinante que, a pesar de
su enrarecimiento o su abstracción, mantiene tensión y suspenso del principio
al fin. La lectura está a cargo de los actores Lisandro Rodríguez, Laura López
Moyano y Agustina Muñoz (esta última responsable además de la puesta en escena
junto con Stupía), más una voz en off grabada.
Leer textos en vivo no es fácil. La mínima equivocación
puede resultar más perturbadora que la nota falsa del pianista que por lo
general se las ingenia para seguir su marcha como si nada hubiera pasado. Esta
realización no estuvo del todo exenta de pequeños deslices de lectura, además
de alguna entrada a destiempo rápidamente corregida.
Pero la lectura en vivo tampoco es fácil por una cuestión
expresiva, de tono. Por momentos sobrevino una inconveniente hibridación:
duplicaciones gestuales; intercambios demasiado explícitos entre los tres
lectores; un amague de dramatización que permaneció incierto, débil, vacilante.
Acaso sean los únicos momentos levemente dispersivos de una producción
artística de rara y cautivante belleza.
Teatro Martín Fierro
Autores Sergio Chejfec, Pablo Ortiz, Eduardo Stupía Puesta
en escena Eduardo Stupía y Agustina Muñoz Sala CETC jueves 27, repite hoy a las
20 y mañana a las 17. Calificación Muy bueno
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