Por Daniel Gigena para La Nación
Hasta fines de este mes, Sergio Chejfec estará en Buenos
Aires. Aprovechará el tiempo para presentar su último libro, un ensayo sobre su
experiencia con los diferentes tipos de escritura y el modo en que los
atributos plásticos perviven en ellos. También dará charlas y presentará un
film. Como su literatura, su modo de hablar es atildado y suave; en ese modo
pueden confluir el humor, el relato de anécdotas, los interrogantes insólitos,
la descripción como un recurso que motoriza la conversación o las tramas. Hará
en estos días aquí sus circuitos atípicos por la ciudad, que incluyen visitas a
amigos, a ferias artesanales, a librerías de usados y a barrios que, como
Mataderos y Pompeya, los turistas no suelen programar en sus recorridas.
Chejfec vivió quince años en Venezuela con su mujer, la ensayista Graciela
Montaldo, y ahora ambos residen en Nueva York. Allí trabaja en la maestría de
escritura creativa de la Universidad de Nueva York, que crearon hace años Lila
Zemborain y Sylvia Molloy. Chejfec es también poeta, autor de tres libros de
ese género cuya lectura, dice, le sirve para descansar de ciertos clisés de su
narrativa. De la biografía al uso del documento como ficción (y de la ficción
como testimonio documental), pasando por la reconstrucción de paisajes del
pasado y el homenaje a artistas y escritores, su obra ha crecido de manera
arborescente y encuentra en Últimas noticias de la escritura, publicado por
Entropía, su fruto más reciente.
En mi literatura, la documentalidad es un modo de
desestabilizar el sentido común acerca de lo que es ficción y lo que es
testimonio. Hay una dimensión de lo literario que me parece muy productiva: es
la del documento, entendido no como documentalismo, como el género documental
en el cine, sino como documentalidad. Cierto choque o confrontación que se
produce con lo narrativo que sólo tiende hacia la ficción o la fantasía. Es una
especie de incrustación que se puede producir en los relatos, donde algunos
elementos están exhibidos o mostrados y que aparecen como extraídos de lo real.
En uno de los relatos de Modo linterna, por ejemplo, el narrador siente que su
experiencia como invitado a un congreso de literatura está amenazada por la
disolución cuando no puede tomarse una fotografía junto a dos guacamayas. La
foto representa para él una prueba de verdad del relato. Los hechos
documentables no son necesariamente reales, aunque poseen un estatuto
documental. Tiendo a introducir elementos y destaco su condición extrapolada
para confrontarla a la serie de los "hechos inventados" y ver qué
produce.
Me interesa la dimensión plástica o pictórica, la
irradiación propia que tiene un manuscrito. En Últimas noticias de la escritura
intento relatar de manera no narrativa la experiencia sobre mi propia historia
en relación con la escritura. Por cuestiones históricas, empecé a escribir mano
a mano; luego, con máquinas de escribir, y después, a partir de los años 90,
con las computadoras. Mi postulación tiene que ver con que esa irradiación es
inherente a toda escritura. En la escritura digital, debe ser repuesta por
otros medios: la titilación, la incandescencia de la pantalla, la vida
mortecina que la escritura digital tiene. Esa fosforescencia amenazada por
otros medios se recupera de otro modo. Es algo quizás indemostrable, pero me
parece una idea productiva.
Hay escritores que parece que nacieron escribiendo libros:
el caso típico es Borges. Es como si la literatura hubiera estado ahí desde el
comienzo. Otros, por el tipo de adquisición, los desvíos, las idas y venidas en
su vida, guardan una relación no natural con la literatura. Es mi caso. Para
mí, escribir es el resultado de una operación de la voluntad, ya que no empecé
a escribir tempranamente; creo que eso se refleja en los procesos de hesitación
que tienen lugar en mi obra narrativa. Alguien como Mario Levrero hace de su
relación con la literatura un conflicto, incluso una relación contractual. Lo
mismo ocurre en la obra del escritor cubano Lorenzo García Vega.
Cuando estoy en Buenos Aires me gusta ir a lugares que están
fuera de circuito. Son paseos, caminatas; para mí, es un privilegio. Al vivir
afuera, me puedo dar el lujo de tener una mirada duplicada sobre la ciudad. Soy
un observante fiel y leal del transporte público, aunque a veces no fluye
demasiado. Tampoco sé si en taxi o en auto llegaría más rápido. En Nueva York
uso mucho la bicicleta, me siento más seguro, hay más sendas. En otros momentos
me producía amargura estar como un turista, medio guardado. Ahora hago más
actividades vinculadas con mi literatura, como la charla que di en la Fundación
Tomás Eloy Martínez o la presentación de una película de Elaine May, Mikey and
Nickie, que voy a hacer el 13 de agosto en el Fondo Nacional de las Artes. Sus
obras poseen criterios de improvisación que me interesan mucho.
En mis relatos, el espacio está diseñado como para disolver
los mandatos de la cronología.El tiempo está fuertemente asociado al relato e
impone la sucesión de acciones, las relaciones de causa y efecto. Antes decía
que mi propósito era representar el espacio como una dimensión temporal. La
dimensión elástica o difusa del espacio me sirve para cuestionar ciertos
procedimientos del realismo. Así logro una relación menos analógica con lo
real, ya que en una situación conviven diferentes momentos, o varias
situaciones dentro de una sola.
Aquí ya nadie tiene que pedir permiso para ser escritor.
Trato de seguir la producción literaria local y hay un campo abundante y
fértil, y gran parte de esa floración la representan los autores jóvenes. Antes
había un pensamiento sacrosanto sobre el libro. Ahora me parece que todo es más
directo; ya habrá tiempo para que se produzca una decantación, pero es bueno
arrancar con un piso tan alto como el actual. Muchos de los trabajos de la
gente joven se organizan alrededor del realismo, de la política o de la
historia, pero no repiten fórmulas anteriores. Otros trabajan con la
descomposición formal, sus textos no son crónicas, ni relatos, ni cuentos, sino
una mezcla de géneros.
No es necesario que ambiente mis ficciones en los lugares
donde vivo. La indeterminación es un aspecto importante en mis narraciones.
Tengo la imagen de la literatura como un juego, una oscilación entre lo
determinado y lo indeterminado. En los relatos aparece esa dialéctica entre
elementos muy determinados y otros poco desarrollados. En ocasiones, lo
accesorio es lo esencial. De ese modo, paso el conflicto por alto, la serie de
acontecimientos de una trama, y es la mirada del narrador la que lleva adelante
la narración.
Mis libros están dirigidos a un grupo de lectores un poco
reducido, pero a veces, además, los grandes sellos invisibilizan cierta
literatura. En las cadenas de librerías mis libros no se exhiben. Evito ese
contrasentido editorial al publicar algunos libros en sellos independientes,
que me creo que personalizan más el libro. Además, si no sos un escritor
famoso, los libros no circulan por otros países. Alfaguara tuvo la gentileza de
devolverme la territorialidad de algunos títulos y pude publicar algunos en
Perú o Chile.
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