Tres nouvelles o cuentos largos que se desplazan por el
andarivel de la literatura gótica rioplatense integran el nuevo volumen de Muzzio,
que profundiza una línea iniciada por su primer libro de relatos, Mockba, donde ya se insinuaba el terror.
Por Silvina Friera para Página/12
“Los muertos burbujean, están llenos de una vida oculta.” El
extraño comentario repercute con la misma fuerza del misterio que siembra la
muerte. El brote de fiebre amarilla diezmó a la población porteña en 1871. Los
cadáveres se multiplicaban a un ritmo inédito, la peste se expandía, el pánico
era más contagioso que la epidemia, multitudes de desesperados se agolpaban en
las puertas de las iglesias, los pocos médicos que quedaban no daban abasto
para asistir a la población. El espectáculo que ofrecía la ciudad era tétrico.
Muchos que no podían pagar un ataúd envolvían a sus muertos en sábanas o mantas
y los abandonaban en las esquinas. Conventillos y orfelinatos, señalados como
focos de infección, eran incendiados por muchedumbres espantadas. El terror que
suscita un horizonte fúnebre es el inquietante tejido que despliega Las esferas
invisibles (Entropía), de Diego Muzzio, tres nouvelles o cuentos largos
extraordinarios que se desplazan por el andarivel de la literatura gótica
rioplatense.
“El intercesor”, la primera nouvelle, es un periplo
siniestro hacia el corazón de las tinieblas pampeanas en el fortín Desolación.
Francisco Vidal, un joven estudiante de medicina, víctima de las redes de
espionaje y delación de Juan Manuel de Rosas, que revistaba como capitán en el
Segundo Regimiento de Caballería, es degradado y destinado a ese fortín perdido
en el extremo sur. Vidal comprenderá, más temprano que tarde, que está aislado
entre un puñado de criminales y dementes, como el Negro Tumba, que practica
rituales de magia negra y que se considera a sí mismo una especie de mediador
entre el mundo físico y el sobrenatural. El relato comienza cuando un sacerdote
joven, auxiliar en la parroquia de San Pedro Telmo dedicado a atender a los
afectados por la fiebre amarilla, recibe la visita de una vieja que le pide
asistencia para su hermano –Vidal–, “que había vuelto del desierto como muerto,
con el cuerpo y el ama mutilados”. El cura escucha la confesión de Vidal, un
minucioso racconto de la “barbarie” gótica. “Mi mano rozó una cosa con ojos,
dientes y pelo, y supe que era una cabeza. Aparté el despojo de un manotazo y
seguí reptando sobre charcos tibios y viscosos. Junto a mi cuello, sentí de
pronto una respiración y me encontré envuelto en un hedor inenarrable”, evoca el
atribulado personaje.
Los dos personajes centrales de “El ataúd de ébano”, Eusebio
Sosa y Rufino Vega, ambos desertores de la Guerra de la Triple Alianza, se
dedican a profanar tumbas para robar ataúdes y revenderlos al mejor postor
durante lo peor de la peste. El clima se enrarece más con la irrupción de una
extraña niña que les reclama ayuda a Sosa y a Vega para sepultar a su padre y
hermana muertos. Los planes se desvían y Vega termina matando a un viejo en un
confuso episodio. “Fije la sombra antes de que la sustancia se desvanezca”, es
un “mandato” que presagia una condena en “La ruta de la mangosta”, la tercera
nouvelle. Un aprendiz de relojero empieza a trabajar con Thomas Sheridan,
fotógrafo que se dedica a sacar la última imagen de los difuntos, como si
estuvieran vivos, para recuerdo de las familias. “El momento histórico de la
epidemia siempre me interesó. Estuve investigando sobre el tema y me pareció
interesante situar estos relatos en ese momento porque me permitía utilizar ese
ambiente como otro personaje más”, cuenta Muzzio a Página/12. “En Mockba, mi
primer libro de relatos, aparecen algunos cuentos de terror, aunque no los
escribí pensando en el género. En cambio, en Las esferas invisibles fue bien
consciente de mi parte escribir novelitas de terror. Los dos protagonistas de
‘El ataúd de ébano’ son desertores de la Guerra del Paraguay, y Sheridan, en
‘La ruta de la mangosta’, no se sabe si estuvo en la Guerra del Paraguay, pero
tiene fotos de esa guerra.”
Una de las preocupaciones de Muzzio fue que el elemento
fantástico no estuviera a la vista. “No quería entrar en la descripción de lo
que sale del salitral, o que la niña de la segunda nouvelle es un fantasma. No
me gusta (Howard Phillips) Lovecraft porque describe el monstruo y se regodea
en el horror que puede generar. Es mejor sugerir porque si uno describe
demasiado termina por acostumbrarse al terror y no genera temor”, plantea el
autor de varios libros de poemas, El hueso del ojo, Sheol Sheol (Primer Premio
de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, 1996), Gabatha (Premio
Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruza, 2000), Hieronymus Bosch,
Tratado sobre la ejecución de animales y El sistema defensivo de los muertos.
“El terror es eso que uno presiente que está ahí, pero no puede ver. Como le
pasa al personaje de la primera nouvelle, que siente lo que está pasando, lo
escucha, pero no sabe qué es. El resto de su vida vuelve a esa noche para
tratar de explicarla, pero no puede”, señala el escritor. “Siempre me interesó
mucho la época de Rosas. Dicen que la habitación de Rosas estaba donde hoy está
el monumento a Sarmiento, qué gran ironía, ¿no? Me gusta imaginarme cómo era la
ciudad en el siglo XIX y eso puede ser anacrónico –admite–. En cuanto a la
escritura, me gusta contar una historia de la mejor manera posible. Para mí es
trabajoso escribir, estoy mucho tiempo corrigiendo porque me gusta la claridad
y la limpieza de la prosa.”
Autor de libros de literatura infantil como La asombrosa
sombra del pez limón, Un tren hacia Ya casi casi es Navidad y El faro del
capitán Blum, entre otros títulos, Muzzio escribe como un arqueólogo que
escarba en las ruinas para descubrir aquello que está oculto. “No es un trabajo
consciente escribir como un arqueólogo. Sí sabía que la manera de escribir las
nouvelles tenía que ser algo anacrónica. Aunque creo que no es todo lo
anacrónica que podría haber sido –aclara el escritor–. Lo más complicado fue la
corrección del lenguaje, no hacer algo demasiado barroco. Tampoco quería caer
en un lenguaje campestre o regional. Quería que fuera una mezcla que sugiriera,
mediante algunas palabras y giros idiomáticos, que eran personajes de fines del
siglo XIX. Esa época es un poco como volver a casa, no sé por qué. Me hubiese
encantado tener una máquina del tiempo y pasar un par de semanas en la Buenos
Aires de 1871. No sólo en el momento de la fiebre amarilla, sino antes. Hay un
libro muy interesante de Mardoqueo Navarro, un periodista catamarqueño que
escribió un diario de la peste y consignó día por día la cantidad de muertos y
de hechos curiosos que sucedían, como el entierro de gente viva o la
resurrección de algunos que creían muertos.”
Muzzio (Buenos Aires, 1969) estudió Letras. En 2004, la
lengua del amor fue más fuerte que los torpes balbuceos en francés. El escritor
viajó a París, ciudad donde vivió diez años. “No sabía francés, aprendí ahí, a
los ponchazos. Mi refugio siempre fue la escritura. Trabajé como preceptor y no
podía casi ni hablar; tenía un papelito con frases anotadas. Algunos chicos se
me reían en la cara. Me lo tomaba con humor, pero al mismo tiempo era muy
agotador porque volvía a casa muy cansado”, recuerda el escritor que regresó a
Buenos Aires el año pasado y actualmente trabaja en la biblioteca del colegio
Franco Argentino de Acassuso. Lo primero que leyó en francés, después de ese
aprendizaje fatigoso, fue El extranjero de Albert Camus. “(Marcel) Proust no me
gusta en francés ni en español. No lo puedo leer en ninguna lengua”, reconoce
con esa pasmosa calma que cultiva este narrador y poeta de bajo perfil. “La
poesía es un laboratorio muy fuerte para mí, ahora ya no tanto porque creo que
encontré mi voz –advierte Muzzio–. Uno siempre tiene la ilusión de que la
poesía es un terreno donde se puede experimentar. La experimentación me parece
válida puertas adentro, como un ejercicio personal. Después uno va sabiendo qué
puede escribir y qué cosas no valen la pena.”
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